Sentado al borde del andén, la brisa fresca alivia el impiadoso sol del mediodía mientras a lo lejos los autos anuncian su paso con un tenue golpeteo sobre el paso a nivel cercano. Todo es paz, los pájaros cantan, a veces de cerca y otras de lejos, la gente va y viene por la calle como si nada pasara y de hecho, en sus vidas nada nuevo acontece. Sólo nosotros estamos fuera de lugar, cual forasteros esperando a un costado, vaya uno a saber qué.
Pueden pasar minutos, horas… hasta que al fin se oye ese sonido tan esperado: una bocina a la distancia, inconfundible a nuestro entrenado oído. Nuestra espera llego a su fin, nos aprestamos a preparar diligentemente nuestros elementos de trabajo y empezamos a mirar nuevamente una y otra vez desde que ángulo saldrá mejor la toma mientras los anuncios de la llegada se oyen cada vez más cerca. Las luces, a la distancia empañadas por el vapor emanado del suelo, nos permiten empezar a imaginar de qué locomotora se puede llegar a tratar, como si eso importara algo.
El estruendo sonoro de la bocina casi nos aturde mientras el tren ingresa en el último paso a nivel, ése que nos distrajo en la larga espera. Ya queda nada para que esté junto a nosotros, hasta que pase por nuestro lado como si nada nuevo ocurriese y siga su marcha en su derrotero, estación por estación hacia su destino, mientras disfrutamos el crujir de los vagones con el zumbido del rodaje como fondo, el martilleo de las ruedas en una eclisa floja (siempre se tiene una a mano) y el nuevo sonar de la bocina aproximándose al siguiente paso a nivel. Y con la misma premura con que ingresó a esta estación, el tren se aleja dejando tras de si un pueblo o una ciudad siendo nosotros testigos de ese momento; aunque en el mundo nada haya cambiado.
Pero ¿Qué hacemos cada uno de nosotros por el ferrocarril? Es una respuesta que requiere de mucha introspección de parte de cada uno de nosotros. Soy conciente de que para que el ferrocarril perdure no sólo tiene que despertar pasión en nosotros, quienes tenemos pasión por el, sino en todo el conjunto de la sociedad para que un reclamo firme ascienda desde el suelo hasta la altura a donde tiene que llegar, para algún día podamos soñar y viajar en un ferrocarril digno, confiable y que vuelva a despertar de este aletargado ocaso, cada vez más oscuro, porque nosotros, desde nuestros lugares, poco y nada hacemos para convertirlo en un amanecer.-
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