En esta ocasión he de interrumpir
la temática que estoy habituado a volcar en este espacio. Acontecimientos del diario vivir, hacen que uno se vea
condicionado a meditar y preguntarse determinadas cuestiones. Por rebalsamiento,
decanto estas líneas para con ustedes a modo de compartir “este pesar” que me
acontece.
He de remitirme a los sucesos
acontecidos a un íntimo amigo, quienes nos conocen saben que somos casi
hermanos, y que por dicha razón me duele mucho más que en caso de haber sido la
víctima mi propio ser. Hace varios años que observo, y no solo me refiero al
ambiente dentro de un grupo de hobbistas, sino en todo estrato y en toda ocasión
dentro de la sociedad, la sobre valoración de los derechos propios. En
efecto nos creemos con derecho a todo, pero olvidamos que nuestro derecho
termina en el derecho ajeno y pasa a convertirse en obligación.
Pensándolo bien, no voy a interrumpir
la línea editorial como creía, ya que este foro se llama “Fotografías con
historia”, y quisiera poner sobre el tapete la historia que rodea al personaje del
fotograma de este capítulo, me refiero a Jorge Luís González López. Se que quizás
no se merezca ni una puteada, por que sería mal gastar saliva, pero si me
parece necesario separar la paja del trigo y mostrar “la hilacha” de algunos
personajes. En este caso me refiero a un ser puntual, pero detrás de él hay una
ideología, una metodología, que debe ser expuesta y que es necesario que
tomemos conciencia de lo que acontece tras el anonimato que brinda Internet.
Quienes hemos pasado noches en
vela, horas y horas frente a la PC, modelando en gmax o tsm, haciendo texturas,
creando una ruta, actividades, tutoriales o lo que fuese, sabemos el esfuerzo
que implica. Hemos quitado horas que podíamos haberle regalado a la familia, a
los amigos, a los afectos, podríamos haber salido a pasear, de fiesta o
infinidad de placeres que podrían estar a nuestro alcance. No pesaba una
obligación sobre nosotros, sencillamente disfrutamos de crear objetos para el
simulador, los cuales hemos puesto a disposición del colectivo sin pedir
centavo a cambio. Creo yo, es parte del sentido común creer, que en
reconocimiento al citado esfuerzo, por el cual el público no se vio obligado a
poner absolutamente nada de su parte, la mínima retribución que se puede
ofrecer es el respeto hacia la voluntad de su creador.
Esta cuestión de poner “la
necesidad” (que ni siquiera podría definirla como tal) del público por sobre la
voluntad soberana de un creador sobre su obra, me sobrepasa. Desde un principio
no puedo entender que un grupo de personas tenga NECESIDAD por algo tan banal,
tan vacío de contenido, por que convengamos, nadie se va a morir por no tener
tal o cual tren en su simulador. Quiero decir ¿Acaso no existe una vida que está
antes que el simulador? En el caso de este grupo de gente, pareciera que no…
Guillermo A. Ruso.-
Guillermo A. Ruso.-
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